En los años del fujimorismo antes del 2000 la imagen de progreso del Perú llegaba al doble (79%) de lo que es hoy (40%) y eso que se ha recuperado 22 puntos en los últimos dos años (18% en 2008). Como sabemos, las percepciones poco tienen que ver con lo que pasa en la realidad. Lo hemos mostrado en el último libro “América Latina frente al espejo” que publicamos con CEPAL: la enorme incongruencia entre la realidad y las percepciones en una larga lista de temas muy relevantes para la sociedad y la política.
Al mismo tiempo es posible encontrar percepciones que están más acordes con lo sucedido, y reconocen el progreso en el Perú: la percepción del desempleo como problema principal se desploma de 43% en el 2005 a 19% en el 2010, al mismo tiempo que la delincuencia se triplica de 6% a 18%, justo en el período en que disminuyen las victimas de la delincuencia. Hay mucho más que defender y por ende también que robar con un crecimiento que es casi el doble de la región en gran parte de la última década (y que Chile). En cuanto a ingreso subjetivo hay una disminución notable de los que no les alcanzan para llegar a fin de mes, que baja de 27% en el 2003 a 12% en el 2010. Se ha creado, al igual que en Chile una clase media emergente que ahora tiene capacidad de compra. La preocupación por quedar desempleado llega a un mínimo histórico de 34% en el 2010. Son muchos los indicadores de Latinobarómetro que muestran el impacto del crecimiento y el progreso del Perú en la última década, a pesar el impacto de las crisis económicas.
Más allá de ellos un 30% de los peruanos siguen viviendo bajo la línea de pobreza. El mismo 30% que coincide con la intención de voto de Humala que se manifestó en las encuestas durante la primera vuelta de la elección presidencial 2011.
El crecimiento y el progreso sin embargo hacen de Perú un país más desigual que nunca: sólo un 14% dice que la distribución de la riqueza es justa en el 2010 aumentando de un 8% en 2007. Esto también coincide con lo que ha pasado en la realidad, el GINI en Perú es mejor que en Chile y ha mejorado, pero esta mejora es tardía y muy poca para cumplir con las expectativas de la población. El 80% del país reconoce la desigualdad en la distribución de la nueva riqueza. La desigualdad no es solo socioeconómica sino geográfica. Mientras Lima prospera la sierra y el sur no lo hacen en igual medida. Curiosamente en Chile el GINI es peor que el peruano, pero la percepción de distribución de la riqueza es mejor. Son puros bienes políticos los que diferencian las percepciones, no bienes económicos.
Perú es un país que conoce bien la riqueza, la desigualdad y la discriminación. Productor de oro y plata, fue una de las sedes de la colonia española donde se estableció una oligarquía adinerada que ignoró a los indios centenariamente. En Lima en los años 50, viviendo con mis abuelos, recuerdo haber comido en casa de amigos con platos de base de oro, no bañados en oro. Las desigualdades en Perú no son nuevas, sino milenarias. Los palacios de la colonia (que en Chile no existieron nunca), contrastan con un mayoría de la población autóctona que no posee otro capital que su cultura milenaria. Esa desigualdad inicial no ha tenido cambios estructurales, los mismos que ahora se demandan sin tardanza. Perú es simplemente más rico, así es que hoy todos tienen más, pero no han cambiado sustancialmente su posición dentro de la sociedad peruana.
Perú erigirá muy probablemente a Ollanta Humala presidente, porque ya hubo un 47% de peruanos que votaron por él cuando su posición era mucho más radical que hoy. En segundo lugar porque el gobierno de A. García no ha avanzado a la velocidad y en la medida esperada en repartir los frutos del desarrollo. En tercer lugar porque no hay un sistema de partidos que articule la representación estructurada de las demandas y la oferta de un hombre fuerte que lo pueda sustituir.
Esto lo señalo porque la manera como se incorpora la población excluida a la ciudadanía durante el fujimorismo tiene mucho que ver con lo que sucede en esta elección. Fujimori fue uno de los gobernantes del Perú, con todo su autoritarismo a cuestas, que produjo el cambio de inclusión (en su primer gobierno) de la mayor parte de la población autóctona a la ciudadanía. He ahí el capital político de Keiko Fujimori hoy, el 20% del electorado, es decir cerca de 2.5 millones de votantes de un total potencial de 19 millones. Cabe recordar que la población autóctona habla al menos dos lenguas: la propia y el español. Pareciera que el sistema político no se hizo cargo de esa masa que se incorpora a la ciudadanía, ¿quien los representa? ¿cuáles son sus demandas y expectativas?
En efecto lo que sucede después de la dictadura de Fujimori en esta última década lo muestra: lo siguen gobiernos que no entienden por qué tuvo lugar la dictadura de Fujimori y arrrastran las desigualdades como una mochila que se soluciona con políticas sociales de disminución de pobreza y aumento del empleo. El desmantelamiento gradual de las desigualdades a medida que se crece, sin cambiar la estructura social del Perú, es lo que ha hecho agua en esta elección.
La primera víctima de este tipo de desarrollo es el sistema de partidos políticos que queda destruido porque los peruanos tienen crecientemente la percepción de que los partidos no “representan”. Esto culmina cuando al APRA no lleva candidato en estas elecciones presidenciales. Sin un sistema estructurado de partidos el Perú elige parlamento y presidente con 11 candidatos a la presidencia, dispersando el electorado con cinco candidatos principales que alcanzan porcentajes superiores al 10%. Eso muestra el tamaño de la crisis de representación.
La diferencia con el Perú de antes, es que hoy día todos son ciudadanos, que tienen más educación y quieren sus derechos. Esa es la consecuencia de la democracia. Hace 30 años eran “cholos” sin derechos, hoy son ciudadanos con voto. El peruano de la calle hoy sabe que su voto cuenta, que puede decidir. Es lo que está haciendo.
El caso de la mina Tía Maria lo ejemplifica. Un pueblo que decide hacer una huelga singular: no votar (todo el pueblo) sino derogan el decreto que autoriza la construcción de una mina llamada Tía María que ellos creen que les quitara el agua con que riegan sus cultivos. Un pueblo entero que usa su voto para negociar. Ese es el Perú empoderado sin partidos y sin liderazgos, usa su voto como mejor le parece que puede influenciar para que las cosas cambien a su favor.
Los gobiernos de Toledo y García no abordaron las demandas de movilidad social y redistribución de los frutos del crecimiento que esta nueva población empoderada quería. Las mejoras evidentes suceden en el Perú de siempre, no en un Perú donde ese ciudadano empoderado pueda ejercer sus derechos con igualdad. Lo que era bueno ayer, se vuelve intolerable hoy. Crecer a esa velocidad y no repartir los frutos del desarrollo no es tolerable hoy.
Humala no es otra cosa que la expresión política de esa demanda democrática, es el sustituto porque el sistema político peruano no fue capaz de articular una representación de esa demanda. Los ciudadanos van por delante de la elite, más rápido, más exigentes. La elite se quedó atrás y dejó vacíos que vienen a ser llenados por caudillos y caciques. Es la vieja historia de la región.
Humala es producto de la crisis de representación del sistema político peruano, es su más visible consecuencia. Cuando los cambios no se hacen, ¿viene la vuelta de tortilla? La tentación es grande. Son los sistemas políticos de la región los que han producido estos procesos. Es ingenuo pensar que la democracia no produciría cambios en las demandas de la nueva ciudadanía.
El crecimiento económico ha mostrado ser totalmente insuficiente para satisfacer esas expectativas y demandas y sólo algunos gobernantes como Lula han comprendido que se requiere hacer para satisfacerlas, sin dar vuelta la tortilla, llevando a Brasil a jugar a las grandes ligas, al tiempo de entregar instrumentos de movilidad social a los más estancados.
América Latina ha visto que en el caso de Ecuador y Bolivia los sistemas políticos llevaron a esos países a procesos de fuertes reformas porque las elites de esos países no habían abordado reformas graduales para ir respondiendo a las demandas ciudadanas. Cuando no se hacen reformas graduales vienen los cambios bruscos. El silogismo es claro así como sus consecuencias. Si todo ello además se lleva a cabo en un contexto de debilidad del sistema de partidos, ergo de falta de capacidad para articular las demandas a través de instituciones, el caldo de cultivo para ofertas populistas aumenta y se dificultan las soluciones. No resulta congruente a esas alturas llamar a “defender” la democracia, como lo hizo uno de los candidatos, porque la democracia se defiende con pluralidad y representación, no con campañas del terror. Es la fortaleza de las instituciones la que tiene que defender la democracia.
Es especialmente interesante destacar en ese contexto el aumento del apoyo de la democracia en precisamente los países que han sido calificados como los que han tenido mas problemas de gobernabilidad ejemplificados en Bolivia y Ecuador. Los ciudadanos de esos países no han mirado la gobernabilidad como se la mira desde los organismos internacionales, la academia y la teoría, sino más bien han mirado como ha cambiado su posición relativa dentro de las sociedades en que viven y han visto como su poder como ciudadanos ha aumentado. El haber pasado por encima de algunas leyes en algún momento tiene sin cuidado a esos ciudadanos, que han sentido centenariamente que las leyes para ellos no valían. Son pueblos que usan la racionalidad desde donde ellos están parados, no donde lo están los que no saben lo que es no tener para pagar el boleto del bus.
El caso del Perú se suma a ellos, ya que a pesar de las demandas, el apoyo a la democracia en el Perú se recupera en estos últimos años aumentando de 43% en 2008 a 61% en 2010, igualando a la región, mientras la satisfacción con la democracia solo alcanza el 28%. Nos encontramos en el Perú con ciudadanos empoderados que no están suficientemente satisfechos con la democracia que tienen. Es el éxito y el fracaso del gobierno de Alan García.
La elección presidencial les cae así a los peruanos como anillo al dedo para expresar esa insatisfacción y usar el poder soberano del voto, once candidatos con cinco que concentran el voto. Sin partidos ni lideres que articulen sino más bien solo personas que compiten, las preferencias se inclinan por los candidatos “extra muros”.
El gran perdedor de estas elecciones es el sistema político peruano. El nuevo presidente tendrá un parlamento atomizado, sin mayoría. Queda claro que centrar el desarrollo solo en los aspectos económicos es un ejercicio que termina siendo negativo. Sin política no hay equilibrio.
Perú erigirá muy probablemente a Ollanta Humala presidente, porque ya hubo un 47% de peruanos que votaron por él cuando su posición era mucho más radical que hoy. En segundo lugar porque el gobierno de A. García no ha avanzado a la velocidad y en la medida esperada en repartir los frutos del desarrollo. En tercer lugar porque no hay un sistema de partidos que articule la representación estructurada de las demandas y la oferta de un hombre fuerte que lo pueda sustituir. El resultado, a la luz de lo que hay, es la mejor de las opciones para alcanzar un pedazo de esa “torta” que se ve al salir a la calle. En cuarto lugar entre 2006 y 2011 Humala logra reducir su rechazo de un 60% a un 40/45% lo que le da de partida la posibilidad de ganar. Aumenta también su voto de 25% en 2006 a 30% en 2011. En quinto lugar el Fujimorismo tiene techo conocido, no como el Humalismo que no lo tiene. Un Vargas Llosa y todos los de su estirpe no podrían nunca votar por Fujimori. ¿Cuánta más evidencia se necesita para saber qué pasara en la segunda vuelta?
López Obrador en México, Mokus en Colombia, son casos equivalentes para sus países. Esto que pasa en Perú no es sólo de Perú, es lo que le pasa a una región cuando después de 30 años de democracia, las expectativas cumplen su fecha de vencimiento.
No tenemos los chilenos que escupir al cielo, pensando que nosotros no podemos ser víctimas de esa enfermedad en el futuro. Nuestro sistema de partidos, que duda cabe, se ha debilitado y el jefe de gobierno no es el jefe de la coalición desde hace ya un par de gobiernos. Tampoco lo es en este. Una mala señal para el fortalecimiento de las instituciones que nos distingue y nos protege contra la volatilidad que implica seguir solo a personas. Ahora que cambia la ley electoral a voto voluntario es un momento más delicado aún para los partidos. Quienes votaron por esta iniciativa tendrán que hacerse cargo de sus consecuencias. El 83% de los peruanos acudieron a las urnas con voto obligatorio e inscripción automática, porque la elección era una en la cual el ciudadano sabía que su voto contaba. Es la calidad de la competencia la que convoca, no la norma.
La consolidación de la democracia en varios países pasa porque las cosas se pongan peor antes de que se pongan mejor. Lo que los ciudadanos de la región están diciendo es que para tener democracia hay que romper huevos. No reconocerlo es ponerse anteojeras que no ayudan a comprender la región. Y cada país tiene su manera de hacerlo. La suma de las excepcionalidades lo está comprobando. Humala no será por tanto, ni Chávez, ni Morales, ni Correa, será simplemente Humala.
Porque Perú no es ni Venezuela, ni Bolivia, ni Ecuador. Son 18 países diferentes que no terminan de darnos lecciones, nosotros incluidos. Sebastián Piñera está experimentando en carne propia el nivel de exigencia de los chilenos, cómo el crecimiento económico no basta para satisfacerlos, los chilenos quieren al igual que todos bienes políticos. Es “la política estúpido” como dijo Clinton, el ex presidente de Estados Unidos. Ciudadanos críticos que quieren más democracia, no solo más refrigeradores.
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